se inmutan en la etérea resurrección del ser agónico.
Es esta piel clandestina que sostiene mi carmesí y
se sumerge al fuego lascivo de mi alma.
Destiérrame olvido y
devuelve a mi ser el clamor danzante de las hadas.
¿Quién naufraga los aromas desprovistos de mañanas?
¿Quién recorre la maleza de hierbas urdidas en mis manos?
¿Quién apuesta un suspiro a esta voz trinada?
Y aquí me imploro
el todo y la nada
asesina y angel
torbellino y calma,
recuerdo del adiós
desvanecida, trémula, condenada.
Incógnita noche
piedra errática
se esfuma la noche
y en ella mi última plegaria.
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